Durante mi último proyecto en el que dirigí a un grupo de veinte artistas en un retiro de meditación artístico en Tailandia, con el fin de que aprovecharan la experiencia al máximo, traté desde el primer momento hacerles comprender que ‘no es lo mismo estar aquí que estar presente’. El Sol, una planta o incluso el sofá de tu casa ‘están ahí’, pero no tienen la capacidad de utilizar su conciencia para apreciar ese momento; nosotros sí. Podemos seguir pasando por la vida sin que la vida pase por nosotros o comenzar a exprimir cada segundo apreciando el auténtico valor del tiempo.

El auténtico valor del tiempo

Si en un instante concreto estamos ligados a la tecnología o incluso a pensamientos ajenos, no estaremos disfrutando por completo de ese momento, sino de tan solo un porcentaje (¿Tal vez el 30-40%?). Parecerá exagerado, pero al no ser una situación aislada, sino en un comportamiento que se ha convertido en una forma de vida, ese es el porcentaje real del tiempo presente que estamos aprovechando.

La añoranza de la juventud, nostalgia de un lugar o anhelo de la compañía de una persona, sentimientos que nos mantienen viviendo en el pasado, reviviendo situaciones que ya han tenido lugar. Puede sonar frío, pero desde el punto de vista práctico, pararse a echar de menos situaciones, lugares o personas, es un comportamiento nada constructivo que hace menos valioso nuestro tiempo presente, pues en lugar de estar viviendo este determinado instante, aprendiendo de las circunstancias que nos rodean y trabajando por construir situaciones o amistades bellas, estamos atascados en un momento pasado del que ya tuvimos ocasión de aprender en su día y del que indudablemente no vamos a conseguir cambiar nada.

La meditación entrena la consciencia

Si pasamos los días soñando con algo que no está a nuestro alcance, automáticamente todo lo que sí llevamos a cabo parecerá tener menos valor. Esta tesitura nos deja tan solo dos posibles opciones: medir nuestros sueños y aspiraciones acorde a nuestras posibilidades a fin de coleccionar resultados que nos satisfagan y enriquezcan o simplemente perseguir nuestros sueños con todo, cualesquiera que sean, pero siempre siendo plenamente conscientes de que no solo es posible que no se cumplan, si no que es probable. Por ello, debemos estar abiertos a observar y aprender durante el camino, de forma que no solo nosotros evolucionamos sino que nuestros sueños lo hacen también. La diferencia entre los objetivos y los sueños es que los primeros se disfrutan solo al conseguirlos, sin embargo los sueños son algo que se disfrutan mientras suceden, son en sí motivadores e inspiradores haciendo más valioso el tiempo durante el proceso de vivir.

No pasar tiempo con las personas que queremos o perder amigos o seres queridos a causa del orgullo también influye en el valor de nuestro tiempo, pues al perder personas importantes nos vemos obligados a buscar nuevas amistades y relaciones, algo que no solo desgasta sino que nos hace ‘perder’ tiempo una y otra vez en la misma tarea.

Si vivimos con miedo o timidez que nos impide realizar ciertas acciones o decir determinadas cosas, de nuevo no estamos viviendo completamente como deberíamos, sino que estamos dejando pasar situaciones solo y exclusivamente por elección nuestra. Sentimientos como la envidia o el rencor nos empujan a desarrollar emociones ligadas con el odio, así como añaden lastres que impiden nuestro avance de forma natural. Todos estos factores actúan como cuerdas que a pesar de tener elasticidad, nos mantienen siempre anclados a puntos del pasado.

A menudo me replanteo mi vida, a veces fracaso y en ocasiones derramo una lágrima, pero jamás miro atrás ni tengo la opción de arrepentirme por lo que no intenté, lo que no hice, lo que no dije. Tal vez se dé el caso de que en el futuro mi vida se estanque, pero para entonces ya será demasiado tarde para haberla desperdiciado, pues tengo aprendido el auténtico valor del tiempo y por ello disfruto con toda mi pasión y energía cada segundo de cada día como si fuera el último a la vez de con la ilusión de como si fuera el primero.

Hay un refrán que dicta “la vida no se mide por las veces que respiras, sino por los momentos que te dejan sin respiración”, palabras con tanta belleza poética que resulta difícil refutar. No obstante, yo difiero por completo; creo que la vida se mide en los momentos que aprendemos, las veces que logramos alzar una sonrisa en un semejante y, sobre todo, en los días que logramos ser felices saboreando cada segundo y siendo enteramente nosotros mismos.

Las redes sociales nos 'roban' el tiempo

No es lo mismo estar aquí que estar presente