Detesto la prisa con la que te mueves mientras admiro la paciencia de los mayores
que vienen de una época en la que no impresionaban tus aires de grandeza.
Al visitar tus ciudades el corazón me pide a gritos que huya,
que me refugie en un lugar alejado de la polución de tu aire y la contaminación de tus palabras.
No me excita nada de tus construcciones artificiales
ni me agrada caminar por tus calles de asfalto cubiertas de grasa, aceite y fantasías alienadas.
No me impresionan tus luces, letreros ni neones diseñados para engañar mi psique
y empujarme a gastar el dinero que no tengo en objetos que no necesito
o en comida que en realidad no me apetece.
Sí me estremece esa melodía que provoca el mar al mecer sus olas,
lugar de retiro donde consigo olvidar tu orquesta de motores, cláxones y reprimendas.
Aprendo más observando animales que leyendo tus libros
o viendo tus boletines de noticias adulteradas de las que ya nada puedo creerme.
No vendo el abrazo de una mujer trabajadora
ni compro el beso lascivo de una de tus princesas de plástico que llenan tu televisión y tus panfletos
para hacernos creer que la mujer perfecta es aquella que brilla pero no quema,
que tiene el armario lleno de sonrisas pero desconoce el sabor de una carcajada absurda,
que sueña con yates y collares en lugar de divagar con flores, abrazos y susurros.
No cambio mi lógica terrenal por tus modales retrógrados
ni mi franqueza irracional por tus saludos cordiales.
Llámame extraño si estar de acuerdo es lo normal,
táchame de anticuado si el egoísmo es lo moderno.
Tu mirada arcaica desvela tu sensación de superioridad
y yo no compro tu capitalismo inhumano ni hipoteco mi conciencia por tus modas vacías y pasajeras.
Nosotros soñamos tolerancia y tú predicas igualdad
sin explicar que para ti ello significa que todos seamos iguales, iguales de impersonales,
mientras en tu decorado igualitario uno de los géneros es un florero, complemento de tus perversiones,
y otras razas no son diversidad ni riqueza cultural, sino estorbos de tu progreso endemoniado.
No, no me convences, tú y yo no somos iguales.
Tus límites reaccionarios son las sendas de mis pretensiones de igualdad,
tus ideologías de cartón empujan mis navíos de libertad
y tu rancio egocentrismo me fuerza a amar aún más a los que me aman.
No cambio improvisación por protocolo,
arrugas por retoques ni hormigas por semáforos.
Quédate escondido tras tu pantalla que yo me voy al campo, a la playa, a la montaña
y allá donde pueda disfrutar del calor del abrazo de un amigo con quien compartir un atardecer.